domingo, 20 de enero de 2013

20 DE ENERO DE 2006












20 de enero de 2006.  Una fecha para no olvidar: el día de mi boda.

Me casé con la persona a la que amaba y con la que llevaba veinte años compartiendo mi vida. ¿Nos casamos porque ya tocaba? ¿Queríamos formalizar ("legalizar") nuestra relación?¿Nos apeteció hacer ese contrato y celebrar ese día?
 
Una respuesta afirmativa a cualquiera de estas preguntas habría sido suficiente. En nuestro caso, independiente al motivo de nuestro deseo de casarnos, existió una poderosísima razón: "podíamos" casarnos. Se nos reconocía el derecho legal a poder contraer matrimonio siendo una pareja del mismo sexo.  Este "pequeño detalle" pesó más de lo que podéis imaginaros. Ver nuestra pareja considerada ya de manera igualitaria nos animó a decir "sí, quiero".


20 de enero de 2006.  Una fecha para celebrar: un día especial .

Cayó en viernes, día de San Sebastián.    
Fuimos el primer matrimonio de dos mujeres en el ayuntamiento de nuestra ciudad. La teniente de alcalde que nos casó nos regaló unas palabras muy emotivas que adornaron el enlace.  La prensa local nos esperaba. Nosotras, educadamente , rehusamos su ofrecimiento. Queríamos una boda sencilla y anónima. 
Celebramos y vivimos un día precioso, un día especial  por tantas cosas… 
Un día de felicidad. 


20 de enero de 2006.  Una fecha para recordar.

Contraje matrimonio con mi pareja de toda la vida, con la que había formado una familia, con la que compartía penas y alegrías.  Han pasado siete años y por más que haya quien diga que siente que su familia "tradicional" es atacada y está en peligro a causa de mi matrimonio, juro que el hecho de yo haber optado por pertenecer a ese club no va en contra de nada ni de nadie. 

La ley que ha permitido el matrimonio igualitario incluye a todos, no discrimina. Da, no quita. Y sobre todo dignifica la vida de las personas privadas de derechos por una sola razón: el sexo de la persona a la que aman.


lunes, 14 de enero de 2013

SIN HABLARNOS





     Hay días que estamos tranquilas, en el salón de casa, leyendo, escuchando música o simplemente mirando la tele. Horas en las que no hablamos, en silencio nos aplicamos en esas tareas que nos ocupan sigilosamente; tiempo de calma, de relax, o simplemente tiempo que pasa...
    
     Son momentos callados en los que el sonido es parte del decorado, del "atrezzo", de relleno o complementario de algo. Tú y yo, cada una en sus cosas, sin hablarnos.
    

     Yo leo mucho y me entretengo horas y horas buscando palabras que me digan algo. Tú creando, siempre probando un "look" apropiado que vista tu alma; con ganas de novedades, inquieta e inconformista, borrando lo que no sirve porque ya no vale, o no te vale a ti, y con eso basta.

     Son tardes, ratos, mañanas en las que no nos hablamos, embuídas en una labor concentrada y seria, como si de un trabajo importante se tratara. Sin interrumpirnos seguimos a "nuestras cosas", juntas en el espacio que nos concentra, en casa con nuestros perrillos pegados, estáticos y funcionales, siempre acoplados.

     Y en ese tiempo, que no medimos, en el que calladas no hablamos sino con miradas de reojo o descaradas, tú, a veces, me sonríes, no dices nada; otras, sigues callada y tu respiración armoniza tanto con la casa que parece que laten contigo las paredes, el techo, el suelo; toda la casa respirando por ti, a través de tu boca, por tu nariz y todo transpira con tu aroma, un olor a espliego, a canela, a menta fresca, como si tú fueras la atmósfera que da la vida existiendo.