viernes, 9 de noviembre de 2012

TE IMAGINO SONRIÉNDOME







Pasó el viento. Quedaron de la casa
el pozo abierto y la raíz en ruinas.
Y es en vano llorar. Y si golpeas 
las paredes de Dios, y si te arrancas
el pelo o la camisa, 
nadie te oye jamás, nadie te mira.
No vuelve nadie, nada. 
No retorna el polvo de oro de la vida.



JAIME   SABINES




      Llegaste a tu fin tan de repente que todavía, pasados ya cuatro años, me golpea violentamente el recuerdo de aquel fatídico día. Aquel domingo nueve de noviembre quedó marcado a fuego en mi alma. Triste aniversario que recordar aunque no hay día desde entonces que no piense en ti.

     Cuánto dolor cabe en mi corazón es algo que nunca llegaré a calcular porque medir la inmensidad es imposible. Siento tu pérdida no como algo que hubiera sido remediable: morir, moriremos todos; sino como una clara conciencia de que ya nunca volverás...

     No pude despedirme, tú tampoco. Quizá me faltó decirte algo que esperabas, tal vez fuiste tú la que no me dijiste. Todo eso quedó sepultado y ya solo el recuerdo flota en mi mente: imágenes, gestos, momentos, detalles, pasado de un pasado más lejano aún y todo atrapado en una película que se repite, una serie de capítulos vistos una y otra vez porque ya no volverán a ser nunca más.

     Niña de la guerra, golpeada después por tus ideas en aquellos oscuros años de la posguerra. El gris decorando tu vida que recién estrenabas como mujer. Tuviste que luchar tanto por obtener lo básico que cuando en tu madurez lo recordabas siempre te maravillaba cuánto habían cambiado las cosas para mejor. Gestionaste tu vida como pudiste o como mejor supiste, pero siempre con un orgullo descarado que nos dejaste como parte de tu herencia. Tus emociones en vaivén continuo hacían marcas en nosotros y llevada por esa ola te ahogabas mil veces para renacer de nuevo.

     Feliz sé que no fuiste muchas veces, tantas, que la frustración se pegó a tus ojos sin abandonarte ya, para siempre. No sé cuánto de esa felicidad pudo depender de mí o simplemente era parte de tu manera de afrontar la vida y todo cuanto te rodeaba. Nunca me gustó verte rendida, derrotada y sin esperanza. Luché contra eso, siempre sin éxito. Mi llanto ahora tiene esa causa, desde muy pequeña quería que te sentieras orgullosa de mí, de todo en general, verte bien, sonriendo, riendo, con ganas de vivir...
Fue difícil entenderte y quererte a la vez.

     Si la vida pudo separarnos durante demasiado tiempo, no consiguió alejarme de ti nunca. Siempre te intuía a mi lado, a pesar de nuestros desencuentros, te sabía conmigo. Y definitivamente me lo demostraste en el momento más importante de mi vida, estuviste a la altura de las circunstancias, rompiendo prejuicios y barreras mentales. Tuviste el corazón lleno de amor y lo derramaste en aquella noche en la que estuvimos charlando de mi vida junto a otra mujer, para ti mi mejor amiga hasta ese momento. Sentí que todo cuanto me sacudía, se colocaba en su sitio, encajaba, había encontrado la pieza que me faltaba en el puzzle: tú. Me diste la oportunidad de compartir contigo la alegría de sentirme plena y orgullosa (como tú) de ser quién soy.

     Gracias mamá por ser en parte responsable de la mujer en la que me he convertido. Durante los casi 43 años que coincidimos conocimos lo mejor y lo peor de ambas. Fuimos fuertes y cabezotas, tuvimos orgullo y coraje. Pero lo mejor de todo fueron las sonrisas cómplices que compartimos, un lazo de amor que nada podrá romper jamás.

Ahora mismo te imagino sonriéndome...